Sociedad
La sociedad novohispana estaba dividida en grupos, según el origen de las personas. Los españoles eran una minoría, pero poseían muchas tierras y casi todas las minas. Ocupaban los cargos importantes, en el gobierno y en la Iglesia. Participaban en el comercio. Dominaban a los indígenas, los criollos (hijos de españoles y de criollos), los negros y las castas, que eran el resultado de las diversas mezclas. La más abundante e importante era la de los mestizos, hijos de españoles e indígenas.
Sobre todo a finales del siglo XVI, los indígenas sufrieron epidemias. Hubo, además un enorme desaliento causado por la derrota, los trabajos forzados y la certeza de que su situación empeoraba.
Muchos perdieron sus tierras y tuvieron que trabajar para los españoles y criollos. Los que no vivían en los pueblos de indios trabajaban en haciendas, minas o en las ciudades como sirvientes, artesanos, o empleados en los obrajes. La esclavitud de los indígenas estuvo casi siempre prohibida, excepto cuando se rebelaban contra el gobierno virreinal; pero se practicaba con frecuencia.
Con todas estas adversidades, muchos indígenas murieron. Durante el siglo XVII la población de la Nueva España se redujo, faltaron manos para trabajar y la economía comenzó a decaer.
Al avanzar los novohispanos hacia el norte las tribus chichimecas de San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes, Coahuila, Durango, se mezclaron tanto entre ellas mismas y con los españoles y los indígenas del centro, que comenzaron a convertirse en ese pueblo mestizo que somos los mexicanos.
Más tarde llegaron africanos y asiáticos que contribuyeron a la variedad física de los mexicanos. Ese mestizaje no ha terminado. A México sigue llegando gente de muchos lugares. El mestizaje existe en muchos otros países.
La sociedad novohispana estaba dividida en grupos, según el origen de las personas. Los españoles eran una minoría, pero poseían muchas tierras y casi todas las minas. Ocupaban los cargos importantes, en el gobierno y en la Iglesia. Participaban en el comercio. Dominaban a los indígenas, los criollos (hijos de españoles y de criollos), los negros y las castas, que eran el resultado de las diversas mezclas. La más abundante e importante era la de los mestizos, hijos de españoles e indígenas.
Sobre todo a finales del siglo XVI, los indígenas sufrieron epidemias. Hubo, además un enorme desaliento causado por la derrota, los trabajos forzados y la certeza de que su situación empeoraba.
Muchos perdieron sus tierras y tuvieron que trabajar para los españoles y criollos. Los que no vivían en los pueblos de indios trabajaban en haciendas, minas o en las ciudades como sirvientes, artesanos, o empleados en los obrajes. La esclavitud de los indígenas estuvo casi siempre prohibida, excepto cuando se rebelaban contra el gobierno virreinal; pero se practicaba con frecuencia.
Con todas estas adversidades, muchos indígenas murieron. Durante el siglo XVII la población de la Nueva España se redujo, faltaron manos para trabajar y la economía comenzó a decaer.
Al avanzar los novohispanos hacia el norte las tribus chichimecas de San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes, Coahuila, Durango, se mezclaron tanto entre ellas mismas y con los españoles y los indígenas del centro, que comenzaron a convertirse en ese pueblo mestizo que somos los mexicanos.
Más tarde llegaron africanos y asiáticos que contribuyeron a la variedad física de los mexicanos. Ese mestizaje no ha terminado. A México sigue llegando gente de muchos lugares. El mestizaje existe en muchos otros países.
Los criollos
Los criollos constituyeron una minoría que fue creciendo y haciéndose cada vez más importante. Tenían tierras y minas; ocupaban puestos en la Iglesia, el gobierno y el ejército, pero no los principales, que deseaban tener. Esos cargos eran de los españoles peninsulares, los nacidos en la península ibérica.
Los criollos se interesaron en el pasado de esta tierra. También se dedicaron a las artes. Mandaron construir catedrales, iglesias, conventos y casas magníficas, verdaderos palacios. Esos edificios tienen hermosos adornos labrados en piedra, estuco y madera. Los puedes ver hoy en algunas ciudades del país.
Hubo grandes escritores criollos, como Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora. Los dos amaban profundamente su tierra. A Sor Juana, una de las poetisas más importantes que han existido, le gustaba escribir de vez en cuando poesías en náhuatl. Don Carlos estudió intensamente el pasado indígena.
En 1648, el sacerdote criollo Miguel Sánchez difundió la devoción por la Virgen de Guadalupe, que según la tradición se había aparecido en 1531. Indios, criollos y mestizos se unieron en un gran culto que abarcaba completa a la Nueva España, esa nueva unidad de formación.
Los criollos constituyeron una minoría que fue creciendo y haciéndose cada vez más importante. Tenían tierras y minas; ocupaban puestos en la Iglesia, el gobierno y el ejército, pero no los principales, que deseaban tener. Esos cargos eran de los españoles peninsulares, los nacidos en la península ibérica.
Los criollos se interesaron en el pasado de esta tierra. También se dedicaron a las artes. Mandaron construir catedrales, iglesias, conventos y casas magníficas, verdaderos palacios. Esos edificios tienen hermosos adornos labrados en piedra, estuco y madera. Los puedes ver hoy en algunas ciudades del país.
Hubo grandes escritores criollos, como Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora. Los dos amaban profundamente su tierra. A Sor Juana, una de las poetisas más importantes que han existido, le gustaba escribir de vez en cuando poesías en náhuatl. Don Carlos estudió intensamente el pasado indígena.
En 1648, el sacerdote criollo Miguel Sánchez difundió la devoción por la Virgen de Guadalupe, que según la tradición se había aparecido en 1531. Indios, criollos y mestizos se unieron en un gran culto que abarcaba completa a la Nueva España, esa nueva unidad de formación.
Conflictos de la iglesia con la corona Española
Tras el advenimiento del primer Borbón a la corona española, Felipe V en 1700, el nuevo monarca se hizo rodear de consejeros afrancesados enemigos del clero peninsular, lo que de inmediato generó conflictos que se extendieron a lo largo de todo el siglo XVIII. La sobrepoblación de clérigos y religiosas hizo que en 1717 el rey, aconsejado por su mujer Isabel de Farnesio, dictara prohibiciones de fundar nuevos conventos en América y en 1734 se les impidió recibir a nuevos miembros durante el plazo de diez años. Fernando VI, hijo y sucesor del anterior, tuvo una política conciliadora con la Iglesia e incluso firmó un concordato con Benedicto XIV en 1753, pero al año siguiente evitó que el clero interviniese en la redacción de testamentos. Al morir Fernando VI sin descendencia, el trono pasó a manos de su liberal hermano Carlos III, antiguo rey de Nápoles. En sus nuevos dominios aplicó las mismas políticas anticlericales que en Nápoles. El conde de Aranda, su primer ministro, le informó del peligro que representaban los jesuitas para la corona, por sus enseñanzas liberales y por su alianza con Clemente XIII, por lo que el rey determinó expulsarles en 1767, causando así la caída del sistema educativo de la Nueva España, pues los jesuitas eran los mayores educadores de la juventud novohispana. El ejército condujo a los jesuitas a su destierro, y reprimió además manifestaciones populares de repudio a la medida de Carlos III, como las suscitadas en San Luis Potosí, Uruapan, Pátzcuaro y Guanajuato. La orden del rey fue ejecutada por el virrey Carlos Francisco de Croix y por el visitador José de Gálvez, quien años más tarde se convirtió en virrey y aplicó la "Real cédula sobre enajenación de bienes y cobro de capitales de capellanías y obras pías para la consolidación de vales reales", lo que de un sólo golpe destruyó la estructura económica de la Iglesia en la corona, que había funcionado durante más de dos siglos. Los fondos recaudados fueron para fortalecer a la armada y al ejército español, pues las ideas revolucionarias francesas comenzaban a traspasar fronteras.
Tras el advenimiento del primer Borbón a la corona española, Felipe V en 1700, el nuevo monarca se hizo rodear de consejeros afrancesados enemigos del clero peninsular, lo que de inmediato generó conflictos que se extendieron a lo largo de todo el siglo XVIII. La sobrepoblación de clérigos y religiosas hizo que en 1717 el rey, aconsejado por su mujer Isabel de Farnesio, dictara prohibiciones de fundar nuevos conventos en América y en 1734 se les impidió recibir a nuevos miembros durante el plazo de diez años. Fernando VI, hijo y sucesor del anterior, tuvo una política conciliadora con la Iglesia e incluso firmó un concordato con Benedicto XIV en 1753, pero al año siguiente evitó que el clero interviniese en la redacción de testamentos. Al morir Fernando VI sin descendencia, el trono pasó a manos de su liberal hermano Carlos III, antiguo rey de Nápoles. En sus nuevos dominios aplicó las mismas políticas anticlericales que en Nápoles. El conde de Aranda, su primer ministro, le informó del peligro que representaban los jesuitas para la corona, por sus enseñanzas liberales y por su alianza con Clemente XIII, por lo que el rey determinó expulsarles en 1767, causando así la caída del sistema educativo de la Nueva España, pues los jesuitas eran los mayores educadores de la juventud novohispana. El ejército condujo a los jesuitas a su destierro, y reprimió además manifestaciones populares de repudio a la medida de Carlos III, como las suscitadas en San Luis Potosí, Uruapan, Pátzcuaro y Guanajuato. La orden del rey fue ejecutada por el virrey Carlos Francisco de Croix y por el visitador José de Gálvez, quien años más tarde se convirtió en virrey y aplicó la "Real cédula sobre enajenación de bienes y cobro de capitales de capellanías y obras pías para la consolidación de vales reales", lo que de un sólo golpe destruyó la estructura económica de la Iglesia en la corona, que había funcionado durante más de dos siglos. Los fondos recaudados fueron para fortalecer a la armada y al ejército español, pues las ideas revolucionarias francesas comenzaban a traspasar fronteras.
Relaciones de la iglesia con el estado y los pueblos indigenas

La inquisicion
